La cantante, que con ochenta años mantiene su vitalidad, su
carisma y su coquetería -«no soy coqueta, soy muy atrevida», matiza
entre risas-, recibe a ABC en su estudio, donde cuelgan dibujos de Brahms, Bach, Schubert...,
algunas de las tauromaquias de Goya, en las que se puede ver en plena
faena a Pepe Hillo, personaje de «Carmen», ópera con la que Berganza ha
recorrido el mundo entero.
Sobre una mesa se despliega gráficamente su trayectoria:
fotos junto a Maria Callas, con la que cantó «Medea» en 1958 en Dallas;
varias con Claudio Abbado, con quien debutó en «Carmen» en el Festival
de Edimburgo;junto a Rostropovich... Al fondo, un piano «que utilizo
cuando canto, o, cuando cantaba», corrige rápidamente. Porque Berganza
se cortó la coleta hace casi cinco años en Santander, cuando un problema
familiar -operaban a su nieta- la dejó muda de repente delante de su
público.
«Fue durante los cursos de Música y Academia de Paloma 0’Shea -recuerda-.
Se me fue la voz y cuando salí del escenario decidí que ya no cantaba
más. Y no me he arrepentido nunca». Reconoce que en alguna ocasión se
había planteando cómo sería el momento de la retirada «pero yo no quería
hacerlo organizando fiestas». Ante el miedo de que se repitiera la
situación, «y volver a pasar un mal rato», puso punto final a su carrera. «Ya había cantado durante 58 años», argumenta.
—¿No lo echa de menos?
—No, nada. Me he liberado de tantas cosas..., como
levantarte por la mañana y ver si tienes bien la voz. Porque si no es
así, y tienes que cantar por la tarde te mueres de angustia. Tienes que
ir al médico, y suspendes o no... Pero más que angustia, lo que sentía
era responsabilidad. El día que me llamaron Teresa Berganza en público
me hicieron polvo (bromea). Aquello sucedió en 1957, cuando debutó en Aix-en-Provence
con la ópera «Così fan tutte» de Mozart, en el papel de Dorabella (mucho
antes, con 17 años, había hecho pinitos como cantante acompañando a Juanito Valderrama, Juanita Reina y Carmen Sevilla).
«Al día siguiente -recuerda- la prensa francesa titulaba: “Ha nacido la
mezzosoprano del siglo”. Entonces me cargaron con un peso que me he
quitado hace cinco años. Con 24 años sientes tanta responsabilidad que
intentas ser siempre mejor, no puedes fallar, y vives una vida... Pero
yo no me arrepiento».
—Usted además no iba para cantante pues estudió la carrera de piano...
—Sí pero todo el mundo decía que cantaba muy bien, algo que
aunque parezca que me como el mundo yo no me creía pues siempre he sido
muy insegura. Me puse a estudiar con Lola [Rodríguez de Aragón], y a
los dos años ya cantaba muy bien. Me apasionó tanto el canto: las
cuerdas pasan cerca del corazón y es mi instrumento, al que tengo que
cuidar. Es una pasión y también un sufrimiento porque cualquier cosita
te afecta, también las emociones pues eres muy sensible...
—Si echa la vista atrás, ¿considera que ha sido feliz?
—Lo que ha dado plenitud a mi vida fueron mis padres, a
quienes he querido con locura. Luego tengo a mis hijos y el canto. Y
entre medias he tenido dos maridos que no me han llenado la vida como lo
han hecho mis padres, mis hijos y el canto.
—Ta vez sus maridos no encontraron su sitio en una vida tan llena.
«Los hombres se enamoran de la artista y después de la mujer»
—Habla con admiración de sus padres, ¿vivió una infancia feliz?
—Sí, absolutamente feliz, aunque hubiera una guerra. Tengo
recuerdos con tres años paseando con mis padres y de repente decían
«niñas, tiraos al suelo que vienen los obuses». Y mis padres se tumbaban
encima de nosotras para protegernos. También recuerdo el día que acabó
la guerra que pasaban los camiones con los muertos. Viví la guerra pero
con tanto amor y dedicación de mis padres -que se adoraban- que casi no
la sentimos.
—Siempre
ha dicho que le gustaba participar en los homenajes de otros pero no
para usted. ¿Qué le parece el que le dedicará el Teatro Real?
—Me lo propuso Mortier
y, aunque no me gustan, acepté pero le dije que no me contarán nada y
no sé nada. Todo va a ser una sorpresa. Tal vez será una sorpresa
maravillosa.
—¿Le hace ilusión este gesto?
—Sí, porque además nunca he llegado a cantar ópera en el
Real, pero también puedes vivir sin homenajes porque creo que mi vida ha
sido un homenaje tan grande, continuo: cantar 58 años en los mejores
teatros del mundo, con los mejores directores, con un público que se
pone de pie... ¿Qué más puedes pedirle a la vida?
— Pero como otros artistas tuvo que cruzar los Pirineos para recibir reconocimiento.
—No he cantando en el Real, pero sí en el Teatro de la Zarzuela
donde interpreté «Las bodas de Fígaro», «Carmen», «Alcina» y un recital
con motivo de mi vuelta a España después de 25 años. Yo me fui porque
aquí, quizá porque he sido rebelde o muy exigente -no ensayaban mucho y a
mí eso no me iba-los directores generales de música no me querían o no
les debía gustar. Sin embargo, cantaba para Juventudes Musicales, en el Ateneo, en los colegios mayores, pero oficialmente nunca me invitaron a cantar en el Teatro Monumental.
Mi maestra me dijo que tenía que pasar los Pirineos y fui a París a
hacer una audición, cuando terminé ya tenía un contrato para ir a
Aix-en-Provence. También tengo que decir que gracias a Juventudes
Musicales me contrataron para hacer una gira por Italia, y al final de
ella me propusieron debutar en la Scala de Milán.
—¿Le dolió tener que salir fuera?
—Para nada. No sabe lo que me alegro de haber conocido el
teatro al nivel más alto. No hubiera podido empezar aquí como se hacia
la ópera entonces. Yo soy música antes que nada y tengo un instrumento
al servicio de la música y no al contrario. Cuando salí y vi como
funcionaban las cosas pensé que era el paraíso. Luego fue todo rodado:
Italia, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Japón... No he parado en 58
años.
—Además de la carrera como cantante ha desarrollado otra como madre, ¿cómo logró conciliar ambas cosas?
—Era difícil pero se conseguía renunciando al dinero. Yo he tenido
tres hijos que estaban en casa de mis padres, con una niñera, una
cocinera..., pero yo no quería estar sin ellos ni ellos sin mí, así que
cuando eran chiquititos nos íbamos todos de viaje. Me acuerdo un año que
estaba cantando en el Metropolitan de Nueva York que me vine con cien
dólares y había interpretado diez funciones. Tienes que renunciar a
algunas cosas si es lo que quieres. Yo he sido una mujer de mucha fuerza
de voluntad, el día que me falte estaré perdida. Tengo tres hijos y
siempre he querido ser una buena madre y disfrutar de ellos. Tengo que
dar gracias a mis padres, sin ellos no hubiese podido con todo y a lo
mejor lo hubiese dejado, porque a mis hijos no los hubiese abandonado
nunca.
—Al homenaje del Real se suma otro que tendrá lugar en Francia...
—Sí, será ahora en mayo en París, en Bougival, en la casa
donde vivía la Viardot, la hija de Manuel García. Es algo que me hace
mucha ilusión porque es como poner un broche a una tradición. También el
7 de mayo se publica en Francia un libro sobre mí, «Un monde habité par
le chat», escrito junto a Olivier Bellamy, que se editará después en
España.
—¿Sigue la actualidad? ¿Lo que ocurre en la calle? ¿La crisis?
—Desgraciadamente la sigo. Hoy casi he llorado al escuchar al
padre Ángel decir que actualmente en España hay niños que por la noche
no pueden tomar un vaso de leche con galletas. ¿Será posible? Sufro
tanto que hay días que no quiero escuchar las noticias, pero como viajo
mucho veo que el mundo está muy mal, no somos solo los españoles. Y no
es una cuestión de dinero, es una crisis de valores humanos. A pesar de
tantos avances científicos y tecnológicos vamos hacia atrás. Con todo lo
que yo he pasado -una guerra, un padre que estuvo en la cárcel-, yo he
tenido una vida maravillosa pero la gente de hoy no la tiene. Y mientras
tanto los políticos de todo el mundo viven como quieren. No conozco a
ninguno que haya renunciado a la mitad de su sueldo para dárselo a los
que no tienen trabajo. Sería maravilloso y sería cristiano.
—¿Qué le pareció la elección del nuevo Papa, Francisco I?
—Me encantó porque no me gusta la parafernalia del
Vaticano. Yo soy una enamorada de Jesucristo, del hombre, que fue un
ejemplo maravilloso. Ejemplo que no hemos seguido. Nos llamamos
cristianos pero cuando ves cómo viven en el Vaticano... y Jesucristo no
pregonó eso. Parece que Francisco I quiere recuperar ese camino, si le
dejan. Me dio una llorera de alegría su elección.
—La
ópera ha cambiado mucho desde sus inicios y usted ha llegado a decir
que habría que meter a algunos directores de escena en la cárcel.
—¿Va la gente al Museo del Prado a estropear un Tintoretto o un
Velázquez porque es muy antiguo, y le ponen un manchurrón rojo? Pues es
lo mismo que hacen los directores de escena. La partitura musical de una
ópera, que lleva texto, no se toca porque el compositor ha escrito la
música sobre esa palabra, que era de una época. Para eso tenemos los
compositores de hoy, y que salgan como quieran, en moto... Todos
-cantantes y directores de orquesta- se callan y nadie dice nada contra
los señores que lo hacen mal. Estropear Mozart es un sacrilegio. Se me
están quitando las ganas de ir a la ópera con este tipo de montajes. Yo
hoy no haría carrera porque me negaría a que me pusieran una gabardina
para cantar «Carmen» o me hicieran subir en una bicicleta.
—Otra
de sus pasiones es la enseñanza. Este fin de semana vuelve a la Escuela
de Música Reina Sofía, donde dirigió la Cátedra de Canto, para impartir
unas clases magistrales...
—Es mi casa. Sustituí a Alfredo Kraus
cuando murió, pero todavía cantaba, me cansaba mucho y lo tuve que
dejar. Estoy muy contenta de colaborar con ella pues tiene una categoría
enorme. A Paloma [O’Shea] siempre le digo que es mi escuela.
—También participará en otro proyecto pedagógico en el Teatro de la Zarzuela...
—Creo que vamos a preparar a un reparto joven en «El manojo de rosas», algo que me hace mucha ilusión.
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