escrito por Paula Chouza
13 MAR 2013
EL PAIS
Eufrosina Cruz Mendoza (Santa María Quiegolani, México, 1970) no cree a su padre responsable por haber casado a su hermana a los 12 años. “Él aprendió conmigo que yo, mujer, valía lo mismo que mi hermano hombre”, asegura la diputada mientras pide un batido de chocolate en el Café La Habana del Distrito Federal. Nacida en un pueblo del monte de Oaxaca que se rige no por las leyes estatales, sino por usos y costumbres propios, Cruz reclamó en 2008 su derecho a votar y ser elegida presidenta municipal, pero ambos le fueron negados “por ser mujer”. Ahí empezó la batalla política de quien en 2010 se convirtió en presidenta del Parlamento de Oaxaca —la primera mujer indígena— y hoy ocupa un escaño en la Cámara de Diputados. “No quería repetir la historia de mi madre, casarme y tener hijos siendo una niña”.
La protagonista del documental Las sufragistas, una cinta de Ana Cruz que narra a través de su historia la lucha de las mexicanas por el derecho al voto, reconoce que con el pretexto de esas “leyes propias” se violan los derechos humanos de muchas mujeres: “428 municipios de Oaxaca todavía se rigen por usos y costumbres, en casi 100 las mujeres no tienen derecho a participar en los procesos democráticos, pero podemos cambiarlo. Los usos y costumbres son la lengua, la vestimenta… no la violación del desarrollo”.
Elegida por el Partido de Acción Nacional
, que gobernó México entre 2000 y 2012, la diputada reconoce que defiende la libertad de conciencia dentro del PAN. “Antes de estar con ellos toqué muchas puertas, pero pocos partidos generan espacios para que tu voz se escuche”. Agradece la oportunidad que le dio Calderón, pero reitera que intervenir en política fue un paso que le obligó a hacer renuncias. “Desde la sociedad es más fácil cuestionar, pero los cambios son más lentos. Cuando estás dentro del sistema te vuelves parte de él y aguantas críticas. Muchas veces no estás de acuerdo con lo que se vota, te frustras, pero si no estuviera ahí se haría menos por los derechos de los sectores vulnerables”.
Durante la charla, Cruz Mendoza se lleva varias veces sus manos al vientre. “Quedan unos 10 días para el parto”, así que, cada vez más, las jornadas de Parlamento, reuniones y entrevistas se hacen cansadas, algo que admite sonriendo. “Pero estar embarazada no significa estar enferma”, matiza. Cuando se le pregunta qué México imagina para su primer hijo, no duda: “Un país en el que todos quepamos, sin diferencias y con igualdad de oportunidades. Tal vez mis ojos no vean todo lo que yo sueño, pero estoy aquí para abrir espacio a los que vengan, no por mi carrera”.
Pese a haber sufrido dos atentados y vivir en contradicción con la sociedad que le tocaba, nunca se ha considerado víctima. Se ve, eso sí, más discriminada por indígena que por mujer. “Aunque se dice que si eres indígena, mujer y pobre, estás fregada”. La diputada reclama más espacio para las personas de las comunidades en la Cámara. “Somos cinco diputados indígenas de un total de 500 y en realidad representamos casi al 16% de la población mexicana”. Cuando acaba la entrevista el batido de chocolate está intacto. Lo pide para llevar porque decide que es hora de que el niño descanse. Son las siete de la tarde y lleva 11 horas trabajando.
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