Bay Fang (Newton, Massachusetts, 1973) sorprende de entrada por el
contraste entre su apariencia menuda y su apretón de manos. Es de los
firmes, de los que se recuerdan.
Más difícil es recordar los varios apellidos del cargo de subsecretaria adjunta (de asuntos públicos para Europa y Eurasia) del departamento de Estado de EE UU. Admite sonriente que sí, que antes, cuando era periodista, era claramente más fácil explicar a qué se dedicaba. Lo suyo es, digamos, la diplomacia de base. Ella lo describe como “diplomacia de persona a persona, no la de reunirse con políticos”.
En su primera “visita oficial” a España se ha reunido con escolares, con universitarios, con blogueros... Sabe bien que su trayectoria es en buena medida la encarnación del argumentario de la diplomacia de su país: la libertad de expresión, la importancia del periodismo independiente...
Explica que para esos jóvenes “es inspirador reunirse con alguien que ha hecho muchas cosas”. Y esa es ella. Si lo duda, preste atención: graduada en Harvard, fue becaria Fulbright en Hong Kong poco antes de su devolución a China, cubrió como reportera las dos guerras que han marcado a su generación —Irak y Afganistán— y siguió a Condoleezza Rice por el mundo como corresponsal diplomática antes de dar el salto a la Administración.
Buscaba trabajo como redactora de discursos y acabó siendo fichada como alta funcionaria.
Recibe la paella mixta con un “¡Dios mío!” y cara de susto ante el inmenso tamaño, pero luego repite. Para acompañar el arroz, pedimos vino tinto. Como buena experta en comunicación pública utiliza coletillas tipo “buena pregunta”. Y acompaña varias de sus respuestas con carcajadas.
La suya ha cambiado, pero tampoco radicalmente. “Lo que hago ahora
está relacionado con lo que hice como periodista. Me reúno con gente
diversa... Ejerzo de puente entre culturas...”. Pero es diferente, la
perciben de manera distinta, explica. Lo empezó a notar cuando ejerció
de asesora de comunicación del Departamento de Estado en Kandahar
(Afganistán): “Cuando eres funcionario muchas veces te dicen lo que
quieres oír. Y, en cambio, cuando vas como periodista puedes hablar con
todos los bandos”.
Añora escribir, sí, pero no tanto el oficio que ejerció. Ha cambiado demasiado. De todos modos, su etapa en Afganistán salpica la conversación. Ella, que conoció los primeros años de la contienda desde el terreno, sigue con atención extrema los pasos hacia la retirada estadounidense que el presidente Obama ha prometido para 2014.
El periodismo también la llevó a China, el país natal de sus padres, una pareja de ingenieros que emigró a EE UU. Cuenta que allí, donde no entendían eso de que fuera “chinoamericana”, reconoció al principio algunas características de su familia como la impaciencia. Pero revela que tras seis años llegó a sentirse “muy extranjera”.
Entre sus anteriores viajes a España destaca el del camino de Santiago: “En bicicleta, 800 kilómetros desde Saint-Jean-Pied-de-Port”. Eso no está en su currículo oficial. El cinturón marrón de kung-fu, sí.
Más difícil es recordar los varios apellidos del cargo de subsecretaria adjunta (de asuntos públicos para Europa y Eurasia) del departamento de Estado de EE UU. Admite sonriente que sí, que antes, cuando era periodista, era claramente más fácil explicar a qué se dedicaba. Lo suyo es, digamos, la diplomacia de base. Ella lo describe como “diplomacia de persona a persona, no la de reunirse con políticos”.
En su primera “visita oficial” a España se ha reunido con escolares, con universitarios, con blogueros... Sabe bien que su trayectoria es en buena medida la encarnación del argumentario de la diplomacia de su país: la libertad de expresión, la importancia del periodismo independiente...
Explica que para esos jóvenes “es inspirador reunirse con alguien que ha hecho muchas cosas”. Y esa es ella. Si lo duda, preste atención: graduada en Harvard, fue becaria Fulbright en Hong Kong poco antes de su devolución a China, cubrió como reportera las dos guerras que han marcado a su generación —Irak y Afganistán— y siguió a Condoleezza Rice por el mundo como corresponsal diplomática antes de dar el salto a la Administración.
Buscaba trabajo como redactora de discursos y acabó siendo fichada como alta funcionaria.
Recibe la paella mixta con un “¡Dios mío!” y cara de susto ante el inmenso tamaño, pero luego repite. Para acompañar el arroz, pedimos vino tinto. Como buena experta en comunicación pública utiliza coletillas tipo “buena pregunta”. Y acompaña varias de sus respuestas con carcajadas.
Cuando se le dice que está lejos de ser la estadounidense media
discrepa con cordialidad y firmeza. “¡Sí que soy una típica americana!”,
se reivindica. Ciertamente, una de las grandes diferencias entre EE UU y
España es la facilidad con la que allí se cambia de ciudad, de empleo
o, directamente, de vida. La diplomática se define como alguien que “hace de todo”. Es cinturón marrón de kung-fu.
Añora escribir, sí, pero no tanto el oficio que ejerció. Ha cambiado demasiado. De todos modos, su etapa en Afganistán salpica la conversación. Ella, que conoció los primeros años de la contienda desde el terreno, sigue con atención extrema los pasos hacia la retirada estadounidense que el presidente Obama ha prometido para 2014.
El periodismo también la llevó a China, el país natal de sus padres, una pareja de ingenieros que emigró a EE UU. Cuenta que allí, donde no entendían eso de que fuera “chinoamericana”, reconoció al principio algunas características de su familia como la impaciencia. Pero revela que tras seis años llegó a sentirse “muy extranjera”.
Entre sus anteriores viajes a España destaca el del camino de Santiago: “En bicicleta, 800 kilómetros desde Saint-Jean-Pied-de-Port”. Eso no está en su currículo oficial. El cinturón marrón de kung-fu, sí.
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